En personas con trastorno del espectro autista (TEA), la sensibilidad táctil es un factor clave que puede condicionar la movilidad, la postura y la coordinación. Muchos presentan hipersensibilidad, percibiendo el contacto o la presión como invasivos o dolorosos, mientras que otros tienen hiposensibilidad, necesitando estímulos más intensos para percibir correctamente los movimientos. Estos patrones sensoriales afectan directamente la manera en que se realiza la fisioterapia y cómo el cerebro procesa la información sobre el propio cuerpo.
Hipersensibilidad táctil
En los casos de hipersensibilidad táctil, los estímulos externos —como el contacto físico durante un masaje, la manipulación de articulaciones o la presión sobre la musculatura— pueden activar de forma exagerada los receptores cutáneos y las vías somatosensoriales del sistema nervioso central. Esta sobreestimulación provoca respuestas defensivas que incluyen tensión muscular refleja, rigidez articular y patrones de movimiento compensatorios, limitando la amplitud de movimiento y la coordinación motora fina y gruesa. En personas con TEA, estas respuestas suelen estar moduladas por diferencias en el procesamiento sensorial y la integración cortical, lo que incrementa la percepción de amenaza ante estímulos que otros individuos consideran neutros o agradables.
La fisioterapia adaptada a esta condición busca modular la entrada sensorial y recalibrar las respuestas motoras mediante un enfoque progresivo y controlado. Esto se traduce en la aplicación de contacto táctil gradual, presión adaptada a la tolerancia del paciente y movimientos suaves y repetitivos que permiten al sistema nervioso central “aprender” a procesar la información táctil sin desencadenar respuestas defensivas exageradas. Esta estimulación controlada favorece la plasticidad neuronal, promoviendo cambios adaptativos en las conexiones entre corteza somatosensorial, ganglios basales y cerebelo, estructuras clave en la planificación, coordinación y ejecución motora.
A nivel funcional, este enfoque mejora la propiocepción, es decir, la percepción consciente e inconsciente de la posición y el movimiento del cuerpo en el espacio. Al entrenar la capacidad de sentir y ajustar posturas y movimientos de manera segura, se reduce la rigidez muscular y se corrigen patrones compensatorios, permitiendo recuperar movilidad y coordinación. Esto no solo incrementa la autonomía para actividades de la vida diaria, sino que también facilita la interacción con el entorno y la participación en actividades físicas y sociales, aspectos fundamentales en el desarrollo integral de personas con TEA.
Hiposensibilidad táctil
En los casos de hiposensibilidad táctil, los estímulos físicos suelen percibirse de forma insuficiente o difusa, lo que provoca que el sistema nervioso no reciba información clara sobre la posición, el movimiento o la carga aplicada a músculos y articulaciones. Esta disminución en la percepción somatosensorial puede traducirse en movimientos descoordinados, fuerza desigual y patrones posturales incorrectos, dificultando tanto las actividades de la vida diaria como la participación en juegos o ejercicios físicos. En personas con TEA, estas alteraciones se combinan con diferencias en la integración sensorial cortical, lo que puede intensificar la torpeza motora y limitar la autonomía funcional.
La fisioterapia adaptada a la hiposensibilidad táctil busca aumentar la señal sensorial de manera controlada, proporcionando estímulos táctiles y propioceptivos más intensos, precisos y repetitivos. Esto incluye técnicas de presión profunda, resistencia ligera, vibración localizada y movimientos dirigidos que generan retroalimentación clara al sistema nervioso central. Este enfoque aprovecha la plasticidad neuronal, reforzando las conexiones entre corteza somatosensorial, cerebelo y ganglios basales, esenciales para la planificación, coordinación y ejecución del movimiento.
A nivel funcional, esta estimulación permite que la persona desarrolle una propiocepción más precisa, mejorando el control postural, la coordinación motora y la fuerza equilibrada en las articulaciones implicadas. Con la práctica regular, los movimientos se vuelven más seguros y eficientes, se corrigen patrones compensatorios y se facilita la autonomía en tareas cotidianas, desde caminar y manipular objetos hasta participar en actividades físicas y recreativas. De este modo, la fisioterapia actúa como un entrenamiento sensorial y motor integrado, ayudando a las personas con TEA a percibir mejor su cuerpo, controlar sus movimientos y desenvolverse con mayor confianza en su entorno.
En ambos casos, la fisioterapia no se limita a trabajar músculos o articulaciones: se convierte en una herramienta de integración sensorial, sincronizando estímulos táctiles, propioceptivos y motores para que el cerebro de la persona con TEA procese la información de manera efectiva. Esto favorece movimientos más seguros y eficientes, incrementa la confianza en el propio cuerpo y facilita la participación activa en su entorno, con beneficios que se extienden a la vida diaria, la educación, el juego y el desarrollo personal.